domingo, 4 de mayo de 2008

copas millos


El Guájaro -como la fanaticada albiazul lo llamó, deformando el gentilicio original- fue una ráfaga de paradojas, aunque todas ellas lo favorecen:
Es el velocista por excelencia de la historia del fútbol colombiano, pero médicos y preparadores físicos señalaban que su mayor virtud quizás era la capacidad de reacción, la acción súbita, repentina, que desde antes de iniciar la carrera ya lo ponía en ventaja sobre sus marcadores. Para los hinchas, además, los piques a los costados, aun entre un enredo de piernas rivales, los remates inesperados y efectivos, o los precisos cabezazos lo convertían en un delantero impredecible, que no se contentaba con ser rápido.
La velocidad también se reflejó en su carrera deportiva. Un año después de su aparición en el fútbol profesional colombiano -con el Cúcuta Deportivo- fue convocado a la Selección Colombia de mayores. Pero a la vez, la suya fue una carrera de resistencia: es el segundo colombiano en la historia con un intervalo más amplio entre su primera actuación en selección mayor, pues pasaron doce años entre su estreno, en 1979, y su despedida, en 1991.
A sus 30 años, cuando la mayoría de los futbolistas viven el ocaso de sus carreras, El Guajiro vivía el cenit de la suya y consiguió sus mayores logros deportivos: el bicampeonato con Millonarios y su consagración internacional.
Fue un goleador nato. Sus logros lo confirman: cerca de cien goles con Millonarios y 189 en total, máximo anotador de la historia con la Selección Colombia (con 29 goles), goleador de la Copa América de 1989 y de la Copa Libertadores del siguiente año... y no obstante, él niega haber sido un goleador. En 1987, cuando apenas anotaba su gol 100, le dijo a la Revista Millos que él no estaba los 90 minutos de pesca en el área esperando un pasegol, ni que su olfato fuera su principal cualidad.
Durante sus primeros diez años con la selección nacional, se ganó la inmerecida fama de ser un gran jugador de club pero no de selección. A mediados de los 80 era uno de los mejores goleadores del país, pero rara vez era convocado al combinado patrio, y cuando lo llamaban, pasaba inadvertido. El Guajiro tenía anhelos de revancha consigo mismo, y fue en 1989 cuando cayó a los escépticos en la Copa América, al desatar su arsenal; se consagró como máximo anotador del torneo y fue el principal representante albiazul en esa selección que logró el tercer lugar y que luego llevó al país por primera vez en 28 años a un mundial de fútbol. Por si fuera poco, con una de sus intempestivas cabalgatas

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